Bella e imponente, la catedral de
Salamanca no es una, sino que son dos. La vieja, comenzada en el
siglo XII, románica aunque ya con elementos góticos en su
finalización. Sobria y recogida, no hay que perderse el retablo
mayor, la capilla de San Martín con sus pinturas murales o la
capilla de los Anaya. Hay que recorrerla despacio, casi con
parsimonia para que la serenidad que desprende acabe contagiándose.
La catedral nueva, gótica,
renacentista y barroca, se desarrolla a partir de la vieja pero
respetándola y ensalzándola. Empezada en el siglo XVI es terminada
en 1733. Su portada principal es un prodigio compositivo y de
ornamentación. El coro es espectacular y la capilla de Todos los Santos bien merece una visita. Las dos catedrales se complementan y
se realzan la una a la otra, formando un conjunto que las hace más
hermosas que por separado. Rodearlas hace que a cada giro por las
callejuelas se muestre una vista aún mejor que la anterior. Aunque
sería injusto no destacar el Patio Chico, posiblemente uno de los
mejores rincones de toda Salamanca. Se puede ver también desde
las alturas en una visita llamada Ieronimus, donde recorres las dos
catedrales por los tejados hasta la sala de las campanas,
ofreciéndote otra visión de esta maravilla.
Como toda catedral, tiene también sus
curiosidades, como el astronauta y el dragón comiendo un cucurucho
de helado que podemos ver en una de las puertas laterales.
Las catedrales de Salamanca son dos,
pero cuando se habla de su valor y su belleza, se convierten en una
sola, majestuosa y espectacular.