Hace muchos años que visitamos Óbidos y siempre lo recordé
como un pueblo precioso. Así que pensando que quizá el tiempo había
distorsionado el recuerdo y no era tan bonito como recordaba, nos dispusimos a
recorrer otra vez el pueblo luso. Estaba en plena celebración de su mercado
medieval y la zona del castillo estaba acondicionada como una antigua aldea del
medievo. La verdad es que mi recuerdo no me había engañado, porque Óbidos es
una auténtica preciosidad. Sus calles llenas de flores y comercios, sus innumerables
rincones bajo la atenta mirada del castillo, hoy un hotel, su impresionante
paseo de ronda por la muralla que rodea la villa y muchas más cosas hacen de
este pueblo una visita cien por cien obligatoria. Hay que llevar bastante
espacio en la cámara de fotos porque a cada paso te parece ver una foto aún
mejor que la que acabas de tomar. No hay que irse de Óbidos sin probar la
ginja, un licor de guindas que sirven en un vasito de chocolate que se come
después. Todos los comercios lo ofrecen. No sé si pasará mucho tiempo hasta
volver a visitar Óbidos, pero si sé que ya no dudaré de la belleza de este
maravilloso pueblo portugués.
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