Si se va a la Bretaña, Dinan ha de ser
parada obligatoria. Para nosotros fue el gran descubrimiento ya que
tanto de Rochefort como de Locronan esperábamos mucho. Dinan es tan
bella como las anteriores y más grande. Hay mucho que ver y la mejor
manera es recorrer sus callejuelas con sus casas de entramado de
madera, algunas de ellas espectaculares. La ciudad estaba llena de
artistas y músicos callejeros que hacían que cada poco tuvieras que
parar para empaparte del ambiente que se respiraba. La torre del
reloj, el castillo, las murallas, la basílica de Saint-Sauveur...
todo ello maravilloso. Pero sin duda lo mejor de Dinan es la Rue du
Jerzual. Esta calle une el puerto que está en el río La Rance con
la parte alta de la ciudad desde hace diez siglos. La calle está
llena de talleres de artesanos y descender hasta llegar al puerto es
sencillamente indescriptible. Cada metro recorrido es un tesoro para
la vista. Al llegar al río se desemboca en el puente viejo, de casi
mil años. Nosotros tuvimos la ocasión de hacer un pequeño crucero
por La Rance para ver las esclusas que permiten la navegación. Por
la orilla los ciclistas nos saludaban ya que un vía habilitada corre
paralela al río. Algunos músicos ambulantes tocaban sus canciones
dándole un aire de lo más bohemio a todo el recorrido. Volver a
subir Jerzual cuesta algo más por su pendiente pronunciada, pero es
igual de bonito. Si volvemos en alguna ocasión a la Bretaña,
trataremos de ver cosas que en este viaje no vimos, pero a lo que no
renunciaremos es a recorrer otra vez Dinan, un pueblo del que es
imposible olvidarse.
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