La visita al Mont Saint Michel es uno
de los momentos más especiales que planeas cuando viajas a esta parte
del mundo. Y la verdad es que ver su silueta recortarse contra el
cielo es un espectáculo para la vista. Es un lugar icónico y estar
ahí casi te parece irreal.
Después de aparcar puedes acercarte
hasta la entrada dando un paseo por una pasarela de madera, en Le
Passeur, unos buses especiales o en La Maringote, una calesa tirada
por caballos. La llegada es preciosa. Nosotros lo vimos con marea
baja y podías moverte alrededor del islote. Una vez dentro se pierde
parte del encanto debido a los miles de visitantes que cada día lo
visitan y llenan a rebosar las estrechas callejuelas que suben hasta
la abadía. Desde allí se divisa todo el estuario del río Le
Couesnon. A pesar del agobio de gente vale la pena ver este sitio que
es uno de los más visitados de todo el mundo. Además fuimos
sorprendidos por unos paracaidistas que saltaban desde aviones en
unas maniobras militares. Esto tan cerca de las playas de Normandía
resultó de lo más curioso.
En definitiva una visita obligada, a
uno de los iconos más grandes de Francia.
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