El nombre de Zugarramurdi es famoso por
los hechos acaecidos a principios del siglo XVII cuando una ola de
pánico sobre las brujas azotó el noroeste de Navarra, provocando
multitud de denuncias sobre prácticas malignas que acabaron
desembocando el el auto de fe de Logroño de 1610, una de las páginas
más negras de la historia de la Inquisición.
Zugarramurdi es hoy un precioso pueblo
del norte de Navarra, fronterizo con Francia, donde hermosos caseríos
y verdes prados son parte del paisaje. Existe un interesante museo
sobre la brujería, que aborda el tema desde el punto de vista de los
inquisidores y desde el de las supuestas brujas. Las cuevas de las
brujas son un impresionante complejo cárstico a poco menos de medio
kilómetro del centro del pueblo. Aquí es donde supuestamente tenían
lugar los akelarres donde a las brujas y brujos se les aparecía el
diablo, en forma de macho cabrío. La verdad es que es fácil
imaginarse en este entorno tan sugerente toda clase de leyendas. La
cueva principal es atravesada por el “Infernuko Erreka”, el
arroyo del Infierno. El sitio es impresionante y de una extraña
belleza. Algunos historiadores apuntan que en esta zona de Navarra y
el País Vasco existía el culto a Akerbeltz, un macho cabrío negro
al que se atribuían propiedades benéficas sobre animales y rebaños.
Aún hoy, en muchos caseríos de toda la zona se sigue criando un
macho cabrío negro. Sería pues a Akerbeltz a quien adoraban las
“brujas” en los akelarres. De hecho akelarre significa
literalmente “prado del cabrón”.
Con la llegada del cristianismo estos
ritos se consideraron herejías y fueron perseguidos. Aún así
lograron perdurar y es por eso que empezaron a difundirse rumores
sobre toda clase de prácticas demoniacas en los rituales, a fin de
acabar con ellos. Con las primeras denuncias, el santo oficio tomó
cartas en el asunto y el inquisidor Juan del Valle, del tribunal de
Logroño se desplazó a la zona para inspeccionarla. Todos los
habitantes fueron obligados bajo amenaza de excomunión a denunciar a
las brujas y brujos. Numerosos testimonios fueron basados en
supersticiones y rencillas personales. Sin contar a los niños, casi
trescientas personas fueron acusadas de brujería y cuarenta de ellas
fueron encarceladas y sometidas a torturas para que confesaran tener
al diablo por dios y celebrar misas negras. Se les acusó de
transformarse en animales, provocar enfermedades y hasta de
necrofagia y vampirismo.
El 7 de noviembre de 1610 las brujas y
brujos de Zugarramurdi fueron sentenciados: 18 absueltos, 11 quemados
en la hoguera y al resto penas tales como cadena perpetua o
confiscación de todos sus bienes. De los once que fueron quemados
cinco habían muerto en las mazmorras de la inquisición, pero ni así
se libraron de la hoguera. Fueron sin duda los más afortunados.
Fue tal la importancia del auto de fe
de Logroño que veinte mil personas acudieron presenciarlo desde
todas partes de España y Europa. Toda una multitud para aquellos
tiempos. Los métodos empleados para arrancar confesiones fueron
duramente criticados hasta por algún inquisidor, ya que los reos
confesaron cosas inverosímiles, con tal de acabar con el tormento.
A partir de aquel momento el Santo Oficio empezó a cambiar sus métodos, pero Zugarramurdi quedó ya
vinculado al mayor proceso de brujería de la historia.
Por suerte hoy es un pueblo tranquilo
donde la vida transcurre en calma entre montañas y verdes pastos,
pero cuando ves en las puertas de muchas casas colgada la flor del
cardo seca para espantar a los espíritus y demonios y piensas que
aún están en pie algunas de las casas que habitaron las acusadas de
brujería hace más de cuatrocientos años, no puedes evitar que un
pequeño escalofrío te recorra al pensar en todo lo que pasó entre
estas casas.
Zugarramurdi es conocido aún hoy en
día como el pueblo de las brujas y quizás este sea el mejor
homenaje que se le pueda hacer a las mujeres y hombres que acabaron
sus días a manos de la Inquisición.
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